domingo, 22 de mayo de 2011

TAHAFUT UL TAHAFUT

Aquélla tarde, nuestro expositor cuestionó al auditorio: -¿quién entendió el cuento de Averroes? dijo. Todos enmudecimos, nos miramos unos a otros, y reíamos disimuladamente, un poco avergonzados, creo. Al menos yo sí. Así me sentí semanas antes cuando me fuera explicado, con todo y representación teatral.


Todos entendemos español, o aparentemente eso creemos, porque la verdad es que la busca de Averroes pareciera que está escrito en otro idioma, pero no, es castellano, y es frustrante no entender nada de nada. Esa es la analogía que hizo el expositor. Lo mismo pasa, dijo, con las normas jurídicas y su interpretación. Aunque la realidad es que el presentador subrepticiamente (tal vez de forma inconsciente) aumento la complejidad de la prueba, pues por un lado, nosotros, el auditorio, teníamos que desentrañar el sentido del cuento, lo cual implicaba necesariamente, ponernos en el lugar de Averroes para entender su propio desgarramiento al intentar interpretar. Ello nos colocaba ante la interpretación de la interpretación de la interpretación.

La tarea de Averroes no era simplemente ir al diccionario y traducir las palabras tragedia y comedia –eso ya lo había intentado por supuesto-. Debía asignarles un referente, una tarea más bien, filológica. La dificultad era producida porque trabajaba cuando menos, sobre un metalenguaje de segundo nivel, en la traducción de la traducción. Nuestro presentador insistía en que para hacer hermenéutica, según sus propias palabras encontrar el auténtico sentido, es esencial ubicar en principio, las circunstancias de la escena, observa y determina en qué espacio se realiza la acción, en qué tiempo y en cuánto tiempo se lleva a cabo. Esas minucias, son  determinantes –eso sonaba muy Holmes-.


En lo que hoy es España, bajo la dominación árabe, con las ventajas de una herencia ancestral, confirmada en la dignidad de su propio nombre cincelado por el tiempo medido en un siglo; siendo médico de profesión, investigando sobre lo que fue a la vez escrito ni más ni menos que catorce siglos antes. Averroes tenía ante sí una labor portentosa.


Se suele estar muy cerca lo que buscamos, se dijo Averroes. Los significados que ensombrecían la existencia del protagonista, estaban frente a él, no ensombrecidos, ni ocultos, sino que refulgían en la luz diurna.  ¿Acaso no nos ocurre a menudo? ¿Cuántas veces no pasamos a lado de algo que nunca hemos visto, aunque lo hayamos mirado? Bien ha dicho Berumen como otros, que sólo existe lo que puede verse. Hasta no detenerse y observar, en ese sentido, todos somos creadores del mundo. No por nada el reconocimiento inicia por la mirada.


Al inicio Averroes mira por la ventana y observa una representación. Los niños jugando a ser el almuédano, la torre y la congregación; luego regresó a sus libros. Más adelante, se reúne con sus amigos, uno de ellos Abulcásim, quien les narraba una experiencia suya en el teatro oriental. Por último cuando vuelve a su casa a un lado del Guadalquivir, puede presenciar una disputa entre algunas de sus concubinas. Todo ello, le da elementos para llegar a la conclusión de lo que significaban las palabras tragedia y comedia para Aristóteles, seguidamente escribió: Aristú denomina tragedia a los panegíricos y comedias a las sátiras y anatemas.


¿Averroes logró desentrañar el sentido de las palabras tragedia y comedia?, inquiría Víctor M. Girón. No. Fracasó el personaje de Borges. Y el expositor, Girón, incisivamente nos preguntaba ¿qué es la tragedia, qué es la comedia? Son DRAMAS nos dijo. En ambos, no importa lo que se elija, siempre se pierde, es la escena del hombre contra el hombre.


Más allá de los significados y lo apasionantes que pueden ser ambos términos en su psicología, en su literatura y la magia que los envuelve, en esta presentación que como el mar nos sorprendió furioso en la orilla, nos muestra entre otras cosas que en primer lugar no es fácil interpretar. Que se necesita de una capacidad o adiestramiento especial. Que el derecho es lenguaje también, y por tanto, le es aplicable todo lo que concierne a la literatura.  


Lo que trasciende al final, es que la sabiduría, no es transmisible –Averroes incesantemente regresaba a los libros, pero fallaba porque lo que buscaba, estaba a luz de la vida-. Todos aquellos que han alcanzado niveles superiores o han llegado al más alto nivel dentro de la humanidad, han reiterado que lo aprehendido no puede transmitirse, al momento de que se pretenda comunicarlo se convierte en, digamos, una verdad parcial. La comprensión requiere de vivir el conocimiento. Para no quedarse en simples abstracciones, para cuando menos barruntar que la sabiduría existe, con la condición de que debe aprehenderse en carne propia.   

2 comentarios:

victor giron dijo...

Excelente de verdad, al parecer entendiste súper bien el tema de la interpretación y la desesperación de Averroes que a su vez no es otro que el mismo Borges. Y si efectivamente digo que hermenéutica no es otra cosa más que rescatar el sentido original del texto, original, el teleológico. Aunque supuestamente un maestro mío decía que en la única materia que se hace real hermenéutica es las pinturas y nada más, de lo demás se encarga la vida.

VERÓNICA R.N. dijo...

Puede que tu profe tenga razón. Cuando menos es una idea muy relajada, porque ve a Averroes, y a nosotros, "sufriendo por interpretar". El problema es que a veces, como en nuestra profesión, es una tarea insoslayable.